Por David Datica  

Amir Taaki llegó a hacerse un nombre en el mundo de la criptografía y Bitcoin, pero su destino después fue muy distinto al unirse a un grupo revolucionario en Rojava. Sucedieron muchas cosas terribles, pero no se arrepiente. Aquí mostramos su historia completa, publicada originalmente en inglés por WIRED.

Era una noche de luna y frío desértico hace dos años, cuando Amir Taaki abordó un bote de goma (dingui) que lo llevaría más allá de Irak remontando el río Tigris. El bote alcanzaba apenas para su cuerpo compacto junto al más corpulento del ametrallador retirado del ejército norteamericano sentado a su lado. Taaki, junto a una docena de luchadores que aguardaban en la costa, formaba parte de una banda de kurdos y extranjeros provenientes de países tan lejanos como Inglaterra, Portugal, Canadá y Estados Unidos, que había pasado las últimas dos semanas esperando ansiosamente en un campamento montañés de la guerrilla kurda. A medida que el remero kurdo avanzaba en silencio desde los picos ominosos y nevados tras ellos hacia los altos carrizales del lado sirio del río, Taaki entraba en una de las zonas de guerra más peligrosas del mundo. Y estaba eufórico.

“Al fin estaba ocurriendo algo”, recuerda haber pensado. “Iba a encontrar a Rojava”.

Taaki ya se había hecho un nombre en el politizado mundo del software criptográfico y  Bitcoin. Pero esa noche, prácticamente nadie en el mundo sabía dónde estaba. Después de años predicando una revolución cripto-anárquica en Internet, Taaki se embarcó en secreto a luchar por una revolución muy real en Siria. El programador iraní-británico marchaba hacia un estado cerca de la frontera norte con Turquía: Rojava, donde un movimiento anarquista insospechado luchaba por su vida contra el Estado islámico. Y así, un idealista subversivo quien hasta entonces limitara sus ideales radicales a crear software criptográfico y herramientas para Bitcoin terminó disparando una AK-47 contra los jihadistas.

“Se sentía como si me arrastraban hacia ello”, relató Taaki a WIRED poco después de regresar a Inglaterra la primavera pasada, tras pasar 15 meses en el Medio Oriente. “Cuando me enteré de que por fin ocurría una revolución anarquista en Siria, sentí, ‘tengo que hacerlo’. Me sentía compelido a ir a ayudarlos”.

Pero apenas escapó de Siria sano y salvo, cayó bajo una amenaza de muy distinta especie. Durante el último año, el anarquista de 29 años fue investigado por la policía británica. Ahora que vuelve a casa, Taaki descubre que su propio gobierno no está seguro de si él es un programador, un revolucionario o un terrorista.

De bitcoins a balas

Taaki, ingeniero de software autodidacta, siempre ha sido una figura prominente y controvertida en la comunidad de Bitcoin, uno de los que soñaba con usar la criptomoneda para burlar el control gubernamental, romper los embargos económicos y potenciar los mercados negros a nivel mundial. En el 2011, desarrolló por su cuenta una re-transcripción de todo el código esencial de Bitcoin denominada Libbitcoin, y construyó un prototipo de mercado descentralizadode la Darknet al estilo Silk Road, diseñado para ser inmune a las fuerzas de la ley. Cuando WIRED escribió una reseña sobre Taaki en 2014, era un activista vagabundo que ocupaba casas vacías en Barcelona, Londres y Milán, mientras lideraba el desarrollo de un programa esperadísimo llamado DarkWallet, diseñado para crear transacciones de Bitcoin imposibles de rastrear.

Luego, menos de un año después del lanzamiento de su versión beta, el desarrollo de Dark Wallet se detuvo abruptamente. “¿Sigue vivo Amir Taaki?”, se preguntaba un hilo en el foro de Bitcoin en Reddit del año pasado.

A estas alturas, Taaki estaba en Siria. A finales del 2014, leyó sobre el YPG, un grupo afiliado al grupo militante de izquierda conocido como el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, o PKK. Sobre una hojuela de terreno del tamaño de Massachusetts al borde sur de Turquía, los kurdos de Rojava escribían una de las pocas historias optimistas en medio de la horrenda guerra civil de Siria: Taaki leyó sobre cómo los kurdos crearon una sociedad funcional y progresiva de más de 4 millones de personas, basada en los principios de la democracia local directa, la anarquía colectivista y la igualdad para las mujeres.

“No se ve una revolución como la de Rojava desde la década de los 30”, afirma Taaki, comparándola con la de Cataluña y la Guerra Civil Española. “Es una de las cosas más grandes que ha ocurrido en la historia del anarquismo”.

El pueblo de Rojava estaba poniendo en práctica los ideales anarquistas que Taaki esperaba ver logrados con Internet y Bitcoin. Así que cuando ISIS invadió la región central del territorio de Rojava conocida como Kobane y masacró a más de cien civiles, incluyendo a mujeres y niños, Taaki decidió ir hacia allá, esperando prestar su experiencia técnica a la revolución en ciernes. “Mis compañeros anarquistas estaban luchando contra el tipo más asqueroso de fascismo islámico, y era mi deber ayudarlos”, afirma.

Pero como ocurrió con tantos occidentales llevados a luchar a ambos lados de la guerra contra ISIS, la vida de Taaki en Siria sería muy distinta de como lo había imaginado. En febrero del 2015, voló desde Madrid hasta la ciudad de Sulaymaniyah en el norte de Irak, donde la policía kurda iraquí le detuvo por un día y registró sus escasas pertenencias. Cuando determinaron que no era un miembro del ISIS, sino que buscaba unirse al movimiento de Rojava, lo colocaron en un taxi hacia un escondite seguro donde se reuniría con un reclutador del YPG. Este reclutador lo llevó a un campamento del YPG en las montañas del Kurdistán Iraquí, donde esperó junto a un grupo de otros extranjeros que venían de todas partes del mundo al Medio Este, muchos de ellos con un deseo ciego de asesinar a miembros del ISIS. Los operativos del YPG los transportaron en secreto hacia Siria en una excursión de luna llena desde las montañas, a través del Tigris, y hacia los camiones que los llevarían a un campamento de entrenamiento de soldados kurdos.

Cuando Taaki alcanzó el campamento del lado sirio de la frontera, según relata, intentó explicarle a un envejecido oficial en jefe que había viajado hasta Rojava para ofrecer sus habilidades técnicas en alguna de las ciudades de Rojava, no a luchar. Pero según cuenta Taaki, el hombre ignoró sus protestas y lo inscribió en una unidad junto al resto de los extranjeros. El YPG le entregó un Kalashnikov y un uniforme y, sin un día de entrenamiento, el programador de físico corto y ligero fue enviado a la guerra.

“Así fue como terminé en el frente”, afirma Taaki, quien recibió su única educación en los principios militares de parte de sus compañeros de armas durante los breves descansos mientras los convoyes de camiones avanzaban hacia el sur. “Si te llaman a pelear, tienes que pelear”.

Programador, no luchador

Taaki cuenta cómo pasó tres meses y medio en las fuerzas militares del YPG. No es posible confirmar independientemente desde WIRED mucho de lo que nos cuenta Taaki sobre este primer periodo en Irak y Siria. Pero su historia tiene poco de detalles vanidosos y mucho de aburrimiento salpicado de tragedias violentas. Describe el patrón diario de su vida: las fuerzas aéreas de EE UU bombardeaban las posiciones de ISIS con una fuerza que hacía vibrar el suelo, los yihadistas se retiraban, y su unidad se montaba en camionetas pickup Toyota Hilux rumbo al nuevo territorio que tendrían que sostener. Generalmente, lo que veía del ISIS era una serie de puntos negros amenazadores sobre las colinas distantes.

Taaki menciona la profunda impresión que le causó la educación política de los rebeldes kurdos que conoció, quienes citaban tranquilamente a escritores como Proudhon, Bakunin, y al filósofo americano favorito de Rojava, Murray Bookchin (del movimiento ecologista). Mas la pelea en sí tenía poco de inspiradora: su primera batalla comenzó cuando lo tomaron por sorpresa fuera de su base mientras probaba un rifle para calibrarlo; en el momento en que ISIS abrió fuego, había regresado tras las paredes de su base por casualidad, porque a su amigo se le había olvidado su chaqueta. Un soldado de su unidad murió en una emboscada similar del ISIS, con el torso perforado por balas de ametralladora. Otro se suicidó, colgándose sin explicación alguna en la cocina de una base donde pasaban la noche. Taaki cuenta que se hizo amigo de un joven recluta iraní, quien luego se batió en la dirección equivocada durante una escaramuza, recibió un disparo, y se desangró lentamente bajo la mirada de toda la unidad, incapaces de ayudar.

Un día conoció a Seran Altunkiliç, una joven turco-italiana que comandaba su unidad (la mayoría de las mujeres en Rojava sirven en su ejército junto a los hombres). Cuando se enteró de las habilidades técnicas de Taaki, prometió conseguirle la baja para que fuese más útil como civil. Pero antes de que pudiera ayudarlo, la transfirieron a un grupo distinto de soldados. Luego se enteró de que casi un tercio del grupo de 30 personas con que él estaba murió en un asalto del ISIS, entre ellos estaba Altunkiliç.

Durante sus meses en el frente, afirma Taaki, tomó parte en solo tres luchas verdaderas y nunca estuvo más de trescientos metros de los luchadores del ISIS. Pero ver morir a tantos de sus amigos –docenas en total, afirma– tuvo un peso psicológico. Recuerda haberse despertado una noche luego de que una ronda de artillería explotase junto al edificio en el que estaba durmiendo, tan cerca que le reventó las ventanas. Se levantó de golpe, alucinando por un momento que la habitación estaba llena de cadáveres ensangrentados y miembros picados.

La vida en Rojava

Finalmente, un día durante esa primavera, un oficial que antes estuvo a cargo de los reclutas extranjeros vio a Taaki y recordó su trasfondo tecnológico. “¿Qué estás haciendo aquí?”, le preguntó el hombre. “¿Qué estoy haciendo yo aquí?”, recuerda haberle respondido Taaki. Fue dado de baja de su unidad y, tras muchos días más de espera, fue llevado lejos del frente.

Taaki conoció la vida en Rojava cuando se estableció en la ciudad nororiental de Al-Malikiyah, y más tarde en Qamishli, la capital. Se unió al Comité Económico de la región y se inscribió en la academia de idiomas de Rojava para aprender kurdo. Luego empezó a trabajar como un loco para ser útil a una sociedad que se reconstruía en medio del vacío de poder que dejaba la guerra siria. Enseñó a los habitantes a usar software de código abierto e Internet, creó un currículum ideológico para los extranjeros que llegaban a Rojava, ayudó a construir una fábrica de producción de fertilizante, trabajó en un proyecto de investigación sobre paneles solares, escribió una guía para extranjeros que quisieran aprender kurdo, y ayudó a crear una revista para mujeres jóvenes revolucionarias.

“Su trabajo era difícil, porque nadie aquí entendía la importancia del internet, y por supuesto que nadie había escuchado sobre el bitcoin o el software libre ni nada por el estilo”, cuenta Pablo Prieto, un biólogo español establecido en Rojava quien trabajó con Taaki en la fábrica de producción de fertilizante. También afirma que la comunidad en Rojava llegó a ver a Taaki como un miembro importante. “Aquí lo valoraban mucho… dejó una huella honda”.

Eventualmente, los líderes de Rojava asignaron a Taaki la tarea de ayudar a diseñar el currículum tecnológico para el naciente sistema educativo. Más adelante sería el único extranjero invitado a la reunión de la conferencia económica del país, donde el gobierno local tomó la decisión clave de convertir la tierra abandonada por los refugiados en granjas cooperativas. “Estar en esa atmósfera, donde a tu alrededor hay personas que trabajan por todas partes para construir una nueva sociedad –es indescriptible”, afirma Taaki.

Pero cuando empezaba a instalarse en la vida de Rojava, Taaki sintió el llamado renovado de Occidente. Empezó a obsesionarse por los últimos conflictos intestinos de la comunidad de Bitcoin. Taaki se sintió particularmente irritado cuando en mayo del año pasado el programador australiano Craig Wright declaró públicamente ser el creador de Bitcoin, declaración que Taaki considera fraudulenta. Y luego Taaki empezó a considerar que regresar al Reino Unido y completar el desarrollo de Dark Wallet le permitiría ayudar mejor a Rojava a usar Bitcoin como herramienta para recaudar fondos, una que pudiera esquivar las sanciones de EE UU y la Unión Europea que impiden la transferencia de cualquier clase de fondos hacia Siria.

No hubo bienvenida heroica

Así que en mayo del 2016, Taaki emprendió la larga jornada de regreso a Londres, diciéndose a sí mismo que se trataba de un viaje temporal y que pronto regresaría a Rojava.

En vez de eso, la policía británica abordó su avión a pocos minutos de arribar a Heathrow. Lo llevaron a una instalación de detención aeroportuaria. Tras unas pocas horas allí, lo arrestaron, incautando sus tres teléfonos y su laptop. Las autoridades esposaron a Taaki y se lo llevaron a un centro de investigación especial donde, afirma, los oficiales le interrogaron no sólo sobre el ISIS y el PKK sino además sobre Bitcoin y sobre su relación cercana con Cody Wilson, el libertario que creó la primera pistola para impresión 3-D. Taaki afirma que respondió a las preguntas y contó la historia completa de su estadía en Rojava.

Un día después, Taaki se encontró bajo arresto domiciliario en la casa de su madre en Broadstairs, obligado a reportarse con la policía local tres veces a la semana. Por 10 meses estuvo atorado en un limbo legal mientras los investigadores británicos prolongaban una y otra vez su investigación. Hasta la fecha, no ha recobrado su pasaporte. Taaki afirma que teme organizar un nuevo trabajo sobre Dark Wallet o cualquier otro software por el temor de que pueda caer pronto en prisión.

La Unidad Anti Terrorista de la Región Sureste del Reino Unido declinó comentar a WIRED sobre investigaciones actuales. Pero el portavoz Parmvir Singh señaló que “apoyar, unirse, o ser miembro de cualquier organización terrorista proscrita es un crimen bajo la Ley de Terrorismo del 2000, y que la policía investigará cualquier alegato relacionado a cualquier persona sospechosa de cometer tales crímenes”.

El abogado de Taaki, Tayab Alí, afirma que Taaki luchará contra cualquier acusación en su contra. “La posición de Amir es que cualquier acción que hubiera llevado a cabo en el extranjero fue llevada a cabo para defender y proteger a civiles y fue completamente legal en el contexto de la ley doméstica e internacional”, afirma Alí, abogado en derechos humanos especializado en casos de terrorismo en Inglaterra. “Si Amir es llevado a la corte, asumiría con gusto un juicio tanto para limpiar su nombre como para demostrar que las acciones de personas en su posición no deben ser objeto de persecución criminal”.

¿Qué complica el caso de Taaki? El PKK es considerado un grupo terrorista en Turquía, acusado de décadas de acciones violentas en el país. Pero Alí señala a muchos otros británicos que han luchado junto al YPG, vinculado al PKK, sin ser acusados. Afirma que Taaki ha sido discriminado injustamente y es víctima de una investigación extendida, aunque Alí dice que no entiende las razones para esta discriminación. Los defensores de Taaki en el grupo de abogacía legal, la Fundación Coraje, especulan que tiene que ver con sus proyectos subversivos de software o su herencia Iraní. “La forma en que han tratado a Amir ha sido alarmante”, afirma Naomi Colvin, directora del caso de Taaki en la fundación. “Y parece ser discriminatoria”.

En conversaciones previas a la presentación de los cargos en su contra, Taaki afirma que independientemente de su destino legal, no se arrepiente de su viaje a Rojava. A veces, afirma, sigue sorprendido de haber sobrevivido. “Estaba seguro de que iba a morir”, recuerda Taaki. “Pero hubiera sido peor seguir viviendo como un hipócrita –llamarme a mí mismo anarquista revolucionario y luego no tomar parte de una revolución real”.

Fuente: WIRED

Traducido por David Datica para DiarioBitcoin

Imagen tomada de The Bitcoin Forum

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